Despierta el sol entre nubes grises,
sus brazos dorados, aún frágiles, caen,
la luz se filtra en sombras imprecisas,
y el ritmo del día resuena en un lamento incesante.

El canto de los pájaros es un eco distante,
sus trinos vibran, parecen llorar,
cada nota perdida, un suspiro constante,
que acompaña el despertar de un corazón a la par.

Los relojes marcan horas de soledad,
cada cual en su lucha, en su propia prisión,
las sombras de anhelos cruzan la realidad,
pintando un paisaje de angustia y razón.

Las calles, vacías, susurran historias,
de pasos perdidos, de risas marchitas,
cada piedra es testigo de dulces memorias,
que en el silencio gritan por vidas marchitas.

El dolor se asienta como la bruma en el aire,
cada suspiro es un peso que arrastra el ser,
en la tranquilidad matutina, no hay ningún baile,
solo el eco persistente de lo que pudo ser.

Las flores en los jardines lucen marchitas,
como el alma cansada que anhela el sol,
en su fragancia llevan penas benditas,
de un pasado que abruma, de un amor que dolió.

Y aunque la mañana despierte herida,
los rayos de luz consuelan al final,
pues incluso en el dolor hay una salida,
una esperanza latente en el canto del mar.
ATT: WENDY SANTIAGO

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